22/9/16

7 COSAS QUE MI PERRO ME ENSEÑÓ


7 cosas que mi perro me enseñó
Vivir con un perro te cambia la vida. No solo es una gran responsabilidad, sino que es una fuente inagotable de enseñanza y bienestar. Haber compartido gran parte de mi vida con animales me ha hecho inmensamente feliz pero además me ha aportado innumerables beneficios.
Cada día es una aventura y no hay un solo instante en el que estando con él te sientas sola. Así, si me acompañáis, a continuación os cuento 7 cosas que mi perro me enseñó:
Algunos ángeles no tienen alas. Tiene 4 patas, un cuerpo peludo, nariz de pelotita, orejas de atención y un amor incondicional.

1-A amar sin condiciones

Mi perro me enseñó el valor del compromiso y de la reciprocidad. Gracias a mi perro aprendí el valor de la lealtad, que es inmensa.  Y el amor incondicional, el amor de pase lo que pase y el amor de “te quiero siempre a mi lado porque contigo mi vida es infinitamente mejor”.
En realidad mi perro cada día me enseña a no enfadarme. La vida no es de color de rosa y eso mi perro lo sabe; sin embargo, es capaz de perdonar cualquier fechoría o cualquier salida de tono y seguir hacia adelante, porque hay un lazo mucho más grande que nos une para siempre.
Él me comprende y conoce el valor de no tener segundas intenciones, mi perro posee una absoluta bondad y pureza.

3-A vivir cada momento intensamente

Mi perro disfruta de un paseo, de un rato de juego o de una comida como si fuese la primera o la última de su vida.  Él también tiene sus ansiedades y sus preocupaciones pero todo le hace disfrutar y procura vivirlo intensamente. Es algo así como el “carpe diem perruno”.
Además, cada día se reservan un rato para explorar y ejercitarse, no pasan un día entero sin hacerlo aunque solo sea un poquito. En cuanto al paseo, le da igual a donde ir, él es feliz por acompañarme y sabe valorar esos momentos. No hay nada para hacerme sonreír como ver lo contento que se pone porque sale a pasear.

4-A adorar el caos

Adoro su desorden ordenado. En medio del caos de juguetes y huesos entre las diferentes habitaciones de la casa él sabe donde tiene lo que quiere y lo que le apetece en todo momento.
No hay razón para perder el tiempo en organizar sus cosas ni en establecer prioridades: mi perro es feliz con lo mucho o poco que tenga, recuerda que lo tiene y sabe disfrutarlo. Si yo comienzo a recoger sus juguetes para llevarlos a su cuna me persigue por toda la casa para asegurarse de tenerlo todo controlado. Y lo más asombroso es que lo consigue. Ojalá fuese capaz de llevar mi vida tan organizada sin preocuparme por el orden constantemente. 

5-A disfrutar de los pequeños placeres de la vida

Escuchar su respiración sosegada en la noche me produce una paz indescriptible. Se tumba cerca de mí y se siente seguro y amado. Tanto como yo a su lado. Me resulta tan delicioso escucharle como atender a la brisa del mar o al cantar de los pajarillos.
niño con su perro disfrutando de su infancia

6- A comunicarme con mi cuerpo

Puede que él no entienda lo que yo le estoy  diciendo pero sabe por mis gestos o la forma en la que posiciono mi cuerpo hacia él cuál es mi estado emocional o si le quiero decir algo. Ambos nos hemos vuelto muy habilidosos para comprendernos y no hay nada que se nos resista. Los animales son verdaderos detectores de emociones.
Es muy común que los que han compartido su vida con un animal hayan tenido la sensación de que en verdad parece que entienden lo que les decimos. Es cierto, lo hacen.., no sé si por lo que decimos o por cómo lo decimos pero nuestra capacidad de comunicación y de intercambio llega a ser alucinante. Realmente esto me ha hecho consciente de lo que puedo llegar a transmitir.

7- A sentirme única e irremplazable 

Un perro te enseña cientos de cosas, te da lo que necesites y te seguirá toda la vida. Pero lo que un animal te va a enseñar es a quererte y a aceptar el hecho de ser una persona merecedora de amor.
Mi perro me ha hecho mejor persona y sé que seguirá haciéndolo cada día. Me ha enseñado que puedo ser amada con gran intensidad y de forma incondicional. Pero además me ha enseñado el valor de decir te quiero cada día y, además, decirlo sin palabras.
 por 
Raquel Aldana

https://lamenteesmaravillosa.com/7-cosas-perro-me-enseno/

12/9/16

QUE DEJA UN PERRO CUANDO SE VA???



Los seres humanos se van y dejan kilos de ropa (muchos más que siete). Se van y dejan joyas, colecciones de libros, coches y, a veces, casas. Dejan cuentas de twiter, correos electrónicos, páginas de facebook: corolarios de identidades hechizas, rastros del disfraz. Se van y dejan un trabajo, una cama, dinero en el banco. Los perros se van y aparentemente no dejan nada. Dejan, acaso, lo que nosotros les dimos: las casitas en las que dormían, las pelotas que correteaban, los huesos que mordían. Dejan las impresiones que tomamos de ellos: sus cuerpos cachorros decoran nuestros álbumes, esperan en los vericuetos de nuestros discos duros. Dejan, quizás, recuerdos, pero mientras que una sola persona interviene en la vida de decenas de individuos, la vida de un perro es prácticamente inconsecuente salvo para aquellos que compartimos techo con él.

Mi perro llegó a mi casa dos meses después de que yo cumpliera trece años. Por lo tanto, he vivido más tiempo a su lado que sin él. Era más viejo que todas mis amistades, que casi todos mis objetos: que mi coche, mi computadora, mi teléfono y mi colección de DVD´s. Tengo recuerdos concretos suyos, muchos más de los que tengo con personas a las que conozco por casi el mismo tiempo. A pesar de que era un animalito de siete kilos, su personalidad me quedaba clara. Era un hosco irredimible, un perro de cariños muy particulares; nervioso, digno y leal. No quiso a muchas personas en su vida. Quiso a mi mamá, me quiso a mí y creo –porque se la pasaba mordiendo sus patas traseras- que quería al labrador con el que compartió un jardín por doce años. Un perro ama porque sí, y a cambio solo recibe cobijo, un plato de croquetas y agua. Te ama, quizás, porque sabe que lo escogiste, que entre todos sus hermanos lo tomaste desde adentro de una caja de cartón para llevarlo a tu casa. Por eso me senté a su lado, un día antes de que lo durmieran, y no supe qué otra cosa decirle más que gracias. Me agaché, besé la diminuta cabeza de ese anciano adolescente y le agradecí que me quisiera así a cambio de prácticamente nada. He sido mucho más atento con personas que me han querido mucho menos, así que ese gracias era, también, una disculpa por no haberlo acariciado más, por haber jugado nintendo en vez de salir al jardín a acompañarlo, por no haberlo querido a él como él me quiso a mí.
Llegó su acta de cremación y su nombre venía mal escrito. Lo tomé con filosofía. Después de todo, ¿a quién después de mí le puede importar mi perro? Y no tendría por qué ser de otra manera: él tampoco quiso a muchos más. Ese pequeño guardián que me vendieron como schnauzer a pesar de que claramente venía de la calle, fue todo mío. Fue el final de mi infancia y toda mi adolescencia. Fue mi bienvenida de la escuela, mi adiós antes de un viaje y el ruido que me arrullaba a la hora de dormir. Se fue y me dejó todo eso: un corazón hinchado de recuerdos impolutos, sin un solo agravio, sin una sola pena. Solo para mí y para los pocos que lo quisimos. Y con eso me basta.
Daniel Krauze