5/6/12

LA COMUNICACIÓN ENTRE EL PERRO Y EL HOMBRE




Para muchos que lo han intentado, inclusive cinófilos de nombre, resulta inútil, la comprensión es puramente casual o intuitiva y azarosa, pero falta lenguaje. El presidente de la Asociación de Instructores Caninos, entidad única en Sudamérica, y una de las pocas en el mundo consiguió algo y aquí dice cómo. 

Un lugar común, cuando alguien elogia la inteligencia de un perro, es que sólo le falta hablar. El cliché, poco inteligente, observa que salvo el verbo... tiene todo lo demás. Y sobre este demás, empero reside el lenguaje y la comunicación canina: La falta, la brutalidad tal vez sea nuestra. 

El hombre mismo, al comunicarse, utiliza otros elementos -no verbales- que condicionan y dan pautas de significación fundamentales para entender el discurso. Las frases también se comprenden por las pausas intervocablos, por los silencios, por las acentuaciones. 

El tono, los gestos faciales o de las manos, la mirada, el mayor o menor diámetro de las pupilas, los movimientos del cuerpo (la postura, los ritmos encadenados, el caminar o el súbito estirarse), son tan o más expresivos que las palabras y, algunas veces, denuncian la mentira del veraz orador. 

El hombre tiene tendencia a usar modos de relación cada vez más sutiles. En el vínculo social las manifestaciones de dominio no se rigen con un lenguaje claro y de definición entera 

1. Quien domina legalmente utiliza sutilezas idiomáticas, ralentados, pausas y gestos propiciantes del rasgo jerárquico a conservar, el mensaje consiste aquí en la recordación del 'imperio' y de la escala jerárquica del 'mensajero' del dominio 

2. El mostrarse corporalmente neutral y dar a conocer las argumentaciones con demasiada claridad implicaría una confesión de autoritarismo. Funciona entre hombres. Con el perro, este lenguaje de sutilezas, de códigos producto de convenciones y sobreentendidos, de mensajes dentro del mensaje, conduce al total fracaso. 

Entre los hombre, además de la eufemística, señas y estilos apoyan a la palabra y ésta a la intención. Con los perros ocurre al revés: el tono y la modalidad reafirman las señales; las manifestaciones morfológicas son el argumento a entender, y el vocablo y su decir sólo acentúan la expresión corporal donde el mensaje se imprime. 

Para un perro, el acto reforzado o no a través de la palabra puede conducir a situaciones y resoluciones jerárquicas, al dominio, a la obediencia, al entendimiento. Son las señales no verbales emitidas por el hombre, por el amo o el instructor, lo que hace comprensible la comunicación o, a la inversa, lo que confunde e impide al perro responder correctamente a una orden. Las palabras, incluso, podrían añadir malos entendidos. 

Las voces humanas son -para el perro- sólo signos sonoros que, acaso, asocia con una situación o una conducta a adoptar. Es la correspondencia del mensaje audible y el no verbal, simultáneos, lo que asegura la eficacia de la información transmitida por el hombre. 

La excelencia del mando 

El impartir una orden empleando un tono y una postura corporal poco firme ante cualquier situación de conflicto con el perro, lo más probable es que consiga su desobediencia, y más aún, que el animal desafíe al hombre -gruñendo o mostrando los dientes- a fin de situarse en la jerarquía cuestionada. Clásico ejemplo ocurre al ordenársele que abandone el sillón favorito (tan favorito como lo es para su amo, no casualmente). 

A menudo el desconocimiento lleva al amo a transmitir informaciones incoherentes o en la única forma en que no debía. El desgañitarse llamando a su perro, y sobre todo al que acostumbra a escapar, obtiene el efecto contrario: el huidizo se aleja cada vez más, y no habrá nombre ni apodo que sirva. 

...Y, si el perro tarda en volver, en acudir al llamado, el amo se impacienta, se crispa y su rostro señala ya el castigo que espera al animal cuando regrese. Ahí está una de las razones -quizá la más importante en ese momento- para mantener la distancia, alejarse o esconderse. 

El perro ha entendido, sin embargo, ¡y cómo!; recibió las mínimas señales corpóreas, reforzadas por los decibeles y, al comprender la información -no hay dudas-, escapa lo más lejos posible. Lo correcto hubiera sido... convertirse en algo más atrayente que el entorno tentador; entorno lo suficiente interesante como para desobedecer y arriesgar un castigo. Sé de una persona que, cansada de llamar inútilmente y correr tras su gracioso siberian husky, se hizo la muerta; en el acto el perro se detuvo, intrigado, aproximándose y acabó la persecución infructuosa. 
Sin llegar a invenciones tan humillantes y necrofilicas, aquella mujer estaba en lo correcto: logró comunicarse y obtuvo lo deseado. 

Además de estos canales existen adaptaciones traductivas entre las especies, un idioma gestual ideado a partir de la convivencia. Verbigracia: en los perros que viven en muy estrecha comunidad con el hombre, se nota cómo presentan las almohadillas de sus patas para obtener comida o alimento. Equivalente en el hombre a estirar el brazo con la palma hacia arriba (humano gesto universal demandante). 
Igualmente, el hombre aprende que agachándose y golpeando con sus manos en ambas pantorrillas (como los canes descienden su tronco) es una invitación al juego; invitación irresistible en idioma perruno. 
Y el juego, siempre, como la alegría, es una de las claves del mando. 

Otras formas, las formas del decir 

Los olores, aún entre nosotros, son comunicativos. Determinado olor nos alerta (sustancias corrosivas, podridas de peligrosa ingestión, el humo de un posible incendio, presencia de roedores o animales agresivos), y otros nos proporcionan placer, tal los perfumes, los efluvios evanescentes de unas parrillas, la tierra en verano luego de la lluvia. 

A nivel olfativo sabemos que el hombre emite feromonas captables por los perros. Las sociedades caninas respetan y se rigen según esos olores: signos jerárquicos, de edad, de sexo, de predisposición amorosa, de temor, de valentía, de pugna. Habría que estudiar si las comunicaciones mediante feromonas y otros olores pueden permitir un entendimiento -susceptible de ser manejado- entre perros y hombres, como sucede en la jauría y constituye uno de los idiomas intercaninos. 

Debería aprovecharse también que hombres y perros tienden, naturalmente, a modificar la organización de sus distintas posturas para, así, aproximarlas en formas y funciones a la especie con la cual conviven. Y aquí nos referimos a la posible comunicación electromagnética por verticalidad y horizontalidad de columnas vertebrales (tema que merece tratarse en artículo propio), pues resulta sugestiva la actitud del perro en uno de los momentos de mayor comunicación, el saludo al encontrarse con el amo, donde salta e intenta mantenerse vertical, a la manera humana, signo de afirmación del Yo según algunos etólogos. 




Sergio Grodsinsky 
Técnico en instrucción canina 
sergiogrod@ciudad.com.ar

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